Audrey Hepburn

Las caras perduran en mi, incluso mucho después de que los nombres se extinguen. Dan vueltas y danzan en mi retina sin apartarse mientras la mente hace lo propio, agotando esfuerzos por recordar.
Gestos, miradas, sonrisas, guiños -los adecuados y los  no tan adecuados- creo que hasta los suspiros son parte de la cara, porque la cambian por completo, la absorben y la aquejan con una duda lejana, intocable.
Aunque más que nada, los suspiros son del cuerpo en su completitud. Un gemido silencioso que trama sensaciones.
Los trazos de las manos, nadie los puede recordar con claridad. Solo la áspera o la suave caricia que nos recorre el cuerpo. Esa que nos estremece a ojos vencidos. Los dedos, las palmas, puentes que conectan la piel con el alma.
Acaso los brazos, más grandes, más pequeños; ¿quien guarda de ellos perfecta imagen?
Basta el recuerdo del abrazo de amor, el abrazo de amigo para traer al aire presente un sinfín de pasados y tactos eternos que, igual que las caras, jamás se borran.